¿Te ha pasado alguna vez que alguien te dice, “relájate” y aquello te salta como algo “fuera de lugar” e incluso ofensivo? La contestación común que sigue es: “¿Cómo puedo relajarme, si __________?” Y el espacio en blanco puede ser rellenado por mil y un razones… ¿Suena familiar?
Efectivamente, relajarse puede aparentar imposible cuándo hemos sido afectados emocionalmente, precisamente porque nuestra mente ha sido echada a andar. Y es la misma actividad mental la que produce aún más actividad; un pensamiento llevará al siguiente, sobre todo cuándo nos inclinamos a justificar nuestro estado emocional.
Aunque puedan existir razones genuinas que impidan nuestra posibilidad de relajarnos y hayamos optado por aferrarnos a ellas, muy en el fondo añoramos estar tranquilos. Es por esto que podemos sentir molestia cuándo alguien nos lo sugiere. ¿Y cómo revertir esta contradicción?
Para ello hay dos vías: llenarnos de razones que sostengan nuestro estado emocional para con ello “enterrar” esta añoranza, o bien, reconocer el conflicto que tenemos de frente e inclinarnos hacia nuestro instinto primordial de sentirnos en paz. La primera es más fácil de seguir, ya que es alimentada por nuestro orgullo o la necesidad de sentirnos importantes (¿has visto a alguien que relata con ahínco el motivo de su indignación?). La segunda es más compleja ya que en principio supone desechar estas necesidades, o sea, posicionarse en un lugar humilde. Una vez ahí, se abre una “caja de Pandora”, ya que comenzamos a mirarnos en nuestra desnudez, con nuestros miedos y preocupaciones de frente, de hecho estos comienzan a manifestarse con su variedad de colores y matices. Uno en principio puede sentirse abrumado, pero ahí están, en su forma más pura, listos para ser transformados o simplemente desechados porque dejan de tener significancia en nuestro discurso.
La segunda vía supone trabajo, análisis y a veces merece psicoterapia, pero el cuerpo puede hacer mucho, más de lo que imaginamos, para disminuir casi instantáneamente los efectos de nuestras emociones. Y esto es porque el cuerpo sólo comunica sensación y con ella tenemos la opción de no interpretarla, de esta manera evitamos producir mayor pensamiento. Esto explica la recomendación más común e intuitiva ante una situación de crisis: “¡Respira profundo!”
Disciplinas como el yoga se sirven del cuerpo para revertir esta tendencia humana, pero aquí el cuerpo es visto como un ente multidimensional: físico, energético, mental, de sabiduría y de dicha. Si logramos afectar una, necesariamente se afectan las demás. Esto hace del yoga una vía integral. Cuándo inducimos nuestro ser mediante una observancia ética, una postura física, una inhalación profunda o con la quietud física de solo sentarnos, nuestras tendencias y reacciones habituales podrán subir a la superficie, pero la disciplina va más allá, enseñándonos a no identificarnos con aquello, porque al final del día, sólo son eso, manifestaciones de la vida, mas no somos nosotros en el sentido más puro de nuestro existir.

Autor: Miriam Hamui
Miriam practica yoga desde el 2001 y enseña desde el 2008. También es educadora somática certificada por la escuela de Body Mind Movement. Ella combina sensibilidad y experiencia para guiar a sus alumnos hacia la práctica introspectiva y el movimiento consiente. De su cuerpo nace su escritura, que a su vez, inspira de regreso a su enseñanza. Conoce sus clases, eventos y libros publicados en www.miriamyoga.com
Veo un escrito muy interesante y profundo,. Me encuentro con nuevas sensaciones para llevar al lector a palpar que lo inspira y lleva a una buena práctica de yoga. Gracias por compartir en forma tan hermosa estas ideas. que renuevan. Te seguiré admirando con cariño. Rebeca.
Gracias por tu pensamiento, Becky. Me da mucho gusto saber que mis palabras están tocando lugares más profundos en mis lectores. Esa es la idea, estimular y crear nuevas conexiones internas. Encantada de seguir compartiendo!