images-1Observa a un bebé recién nacido cuando acaba de despertar. Instintivamente mueve la cabeza, quizá por algún estímulo en el medio ambiente. Al cabo de unas semanas aquel movimiento de cabeza es seguido por una extensión del torso y puede ser que aquella extensión se vaya convirtiendo en giro. Hasta que un buen día, al doblar una piernita y usarla de palanca, el bebé descubre que puede pasar de percibir el mundo boca abajo, a percibirlo boca arriba. ¡Qué alegría para su alma!

Conforme avanza su desarrollo, el bebé experimenta con otras formas de movimiento hasta descubrirse sentado, parado, caminando, etc. Una vez conociendo las formas básicas comienza el desafío: trepar el árbol, brincar el charco, mecerse fuertemente en el columpio, etc. Y entonces, el ahora ya niño, busca la atención del compañero y le dice: ¿a que no puedes colgarte al revés del pasamanos?  Establece todo un sistema comparativo para poderse definir él mismo y construir un ego sano: ¡Yo, Juanito, puedo colgarme al revés del pasamanos!

 Todos hemos pasado por ahí, y quizá ahora, en la edad adulta, sigamos construyendo el ego. Si practicas Yoga, o si alguna vez te aventuraste a tomar una clase, seguramente has experimentado esa sensación de reto para hacer una postura, e incluso has volteado a ver al compañero de a lado para registrar si lo estás haciendo como los demás o incluso si la forma en que lo estás haciendo luce mejor que la de los demás… ¡Claro, todos tenemos ego y en algún momento u otro, requerimos de una referencia para constatarlo!

Sin embargo, ni el ego ni el reto son malos, son la manera en que los canalizamos la que hace la diferencia cuando practicamos Yoga. El yogui de la antigüedad, como cualquier bebé o niño, experimentaba con su cuerpo para posicionarse de la mejor forma para meditar por periodos prologados de tiempo. De ahí el nacimiento de las posturas de Yoga (asana), que no solo constituían un reto para el cuerpo, sino también para la mente, que había que serenarse ante la ausencia de movimiento del cuerpo.

El reto es lo que motiva a seguir practicando, ya sea en Yoga o en cualquier otro tipo de actividad. Pero en Yoga en particular, siendo fundamentalmente una práctica orientada hacia el interior del individuo, el reto debe canalizarse hacia la auto exploración y el auto descubrimiento, con la misma curiosidad con la que lo hace el bebé: sin ningún objetivo, ni siquiera el de la forma misma de la postura o el del estado ideal de la mente; sólo por el instinto mismo de saciar la curiosidad personal.

Visto de esta manera, la forma de la postura (asana), la duración de la retención del aire (pranayama), o la permanencia en una meditación (dhyana), pierden importancia para ser reemplazados por la riqueza del proceso, dónde el practicante sólo observa efectos y se deja llevar por los instintos de su cuerpo. La práctica de Yoga “avanzada” desaparece, ya que los procesos personales del practicante se vuelven únicos y la necesidad de referenciarse con el otro se vuelve absurda.

¿Y dónde queda el ego en todo esto? El practicante adulto que ya ha formado su ego para poder desenvolverse en el mundo material, termina por aceptarlo como tal y sabe que puede trascenderlo mediante la noción de que existe un mundo más amplio, de dónde el ego forma parte, mas no tiene el control de ello, pero sí el privilegio de seguirlo descubriendo poco a poco. ¡Qué alegría para el alma!

Miriam Hamui

Autor: Miriam Hamui

Miriam practica yoga desde el 2001 y enseña desde el 2008. También es educadora somática certificada por la escuela de Body Mind Movement. Ella combina sensibilidad y experiencia para guiar a sus alumnos hacia la práctica introspectiva y el movimiento consiente. De su cuerpo nace su escritura, que a su vez, inspira de regreso a su enseñanza. Conoce sus clases, eventos y libros publicados en www.miriamyoga.com

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