imagesA menudo nos topamos con esta disyuntiva: Queremos vehementemente hacer algo, pero el cuerpo nos indica que nuestro ser completo no está listo para ello, y aun así, optamos por rodear aquella comunicación para saciar nuestro deseo. ¿Suena familiar? Te lo ilustraré con un ejemplo simple:

Has terminado de comer y te presentan un pastel. Tu cuerpo ha indicado que ya estás saciado, pero debido a las recomendaciones que estas escuchando acerca de lo delicioso que es ese postre, optas por probar un poco. Tu paladar se deleita con tal sabor, aumentándose de inmediato tu deseo por más. Ya sin procesar el punto, te encuentras comiendo más y más. Al final, la consecuencia inevitable te asecha: indigestión. Y como agregado, no puede faltar la culpa.

Sonará algo trillado el tema de escuchar al cuerpo pero es real, ya que este no miente. Pero, ¿cómo pasar esta intelectualización común a la experiencia real? ¿Cómo nos entrenamos para discernir entre el deseo y lo que realmente es justo, necesario y bueno para nosotros?

Para empezar, habría que revisar nuestra concepción de “bueno” y más bien alinearla a nuestro bien primordial. Muy en el fondo, todos anhelamos ser congruentes entre lo que nuestra alma necesita (como salud, amor e integridad) y nuestras acciones. La dificultad estriba en que a menudo los sentidos “atrapan” nuestra atención con tal poder que el procesamiento mental de nuestras percepciones se queda en la superficie y sólo logramos resolver la problemática de adquirir más de aquello que nos da placer. Lo mismo sucede a la inversa: una precepción desagradable o incómoda nos incita a evadir tal sensación en el futuro. Pero muchas veces no nos damos cuenta que mientras resolvemos necesidades inmediatas, estamos abandonando la verdad: aquello intrínseco en nosotros que desea vehemente manifestarse para procurar nuestra integridad. Ejemplos de esto serían las relaciones enfermizas que prevalecen o cualquier tipo de adicción.

Para trascender estas tendencias, habría que entender la parte de la mente conocida como inteligencia, o en términos más precisos, el budhi (en sánscrito). Budhi es la parte de la consciencia que tiene la capacidad de discernir entre lo que realmente nos favorece y lo que no, es el centro de la intuición, el principio de la sabiduría. El yoga, con sus variadas prácticas, apunta hacia la mejora de este componente, pero también hace hincapié en que en última instancia, la transformación del ser sólo se da si está presente la noción de un Ser Supremo, que reina sobre todo lo que existe, y al cual habría que entregarle la resolución última de todos nuestro conflictos. De esta manera, desarrollamos nuestro gran poder de discernimiento, pero a la vez, modulamos nuestro ego, el cual tiende a cercar nuestra visión en torno a lo que pensamos que es “bueno” para nosotros e impide que veamos lo que está por revelarse ante nosotros.

Sonará complejo todo esto, pero para ponerlo en términos simples, yo propongo el desarrollo de una atención contínua en todos nuestros actos y nuestro existir. ¿Suena ambicioso? No, si entendemos que esta cualidad en la mente es posible de entrenar. Las posturas (asana), los ejercicios de respiración (pranayama) y la meditación (dhyana) son elementos del yoga sumamente poderosos para aumentar nuestra sensibilidad y por ende, ampliar nuestra inteligencia; claro, si estas prácticas se llevan a un nivel personal, más allá de la instrucción y motivación de un maestro. Sin embargo, aún sin haberse iniciado en tales prácticas aparentemente complejas, podríamos usar nuestro sentido común para determinar lo momentos en donde toca pausar, valorar lo que tenemos enfrente y actuar en congruencia a lo que el cuerpo, despojado de ideas preconcebidas, está informando.

En términos generales, mi propuesta es bajar la velocidad del procesamiento de la mente para más bien empatarla con aquella más contemplativa, pertinente al cuerpo; dejar que las sensaciones suban a la superficie y nos amplíen el panorama de lo que estamos percibiendo, de esta manera, contaremos con más elementos para actuar con precisión. Y por último, habría que dejar espacio para que aquella información no conocida pueda revelarse ante nosotros. En otras palabras, encomendarlo todo a algo más grande que nosotros para no limitarnos a nuestras meras creencias.

Miriam Hamui

Autor: Miriam Hamui

Miriam practica yoga desde el 2001 y enseña desde el 2008. También es educadora somática certificada por la escuela de Body Mind Movement. Ella combina sensibilidad y experiencia para guiar a sus alumnos hacia la práctica introspectiva y el movimiento consiente. De su cuerpo nace su escritura, que a su vez, inspira de regreso a su enseñanza. Conoce sus clases, eventos y libros publicados en www.miriamyoga.com

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2 thoughts on “La diferencia entre el deseo y lo que toca hacer

  • 21 21America/Mexico_City diciembre 21America/Mexico_City 2015 at 09:46 09Mon, 21 Dec 2015 09:46:37 -060037.
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    es muy interesante e importante tu labor que aplaudo.

    nuestro pais esta repleto de gordos en todos sentidos,me uno a la lucha por convencer

    acerca de la necesidad de orientar nuestro consumo emocional y fisico.

    NAMASTE

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  • Miriam
    21 21America/Mexico_City diciembre 21America/Mexico_City 2015 at 09:57 09Mon, 21 Dec 2015 09:57:24 -060024.
    Permalink

    Hola Hector, muchas gracias por tu valioso comentario. Creo igual que tu, si como individuos aprendemos a modular nuestros impulsos con tan sólo escucharnos, tendíamos la posibilidad de engrandecer la empatía que nos caracteriza como mexicanos. Pongamos nuestro granito de arena!

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