Vejez: ¿aterrador? Es posible que consiente o inconscientemente no queramos estar ahí, o al menos la queramos retardar, lo más posible. Pero el cambio es inevitable: desde que nacemos, envejecemos y ahora, no somos iguales que ayer…
Aunque el cambio es continuo, se manifiesta más acelerado durante la infancia y adolescencia y luego otra vez, durante la vejez. Con la primera etapa, el cuerpo se va fortaleciendo y la mente se va agudizando. Durante la segunda, sucede exactamente lo contrario, quizá paulatinamente desde muchos años antes de entrar a lo que se le denomina “la tercera edad”, pero en algún punto impredecible de la vida el proceso se acelera y se vuelve más contundente.
Yo, que caigo dentro de ese rango abismal de ambas etapas, si me preguntan si me gustaría volver a ser niña, respondería con un acertado no. Y no porque me considere estar viviendo mi mejor etapa, si no porque hoy me siento ubicada en el lugar dónde me corresponde estar, ni más adelante en el tiempo, ni más atrás, y sobre todo, estoy contenta con ello.
Para esto, el Yoga ha sido mi mejor aliado. La práctica constante me ha adentrado en el hábito de día a día retornar a mí, incluso cuándo lo que estoy percibiendo no me está gustando, pero ahí estoy, sin ninguna otra alternativa mas que aceptarlo como parte mía. Me he sensibilizado, al punto de saber qué decir o no decir en el momento, qué comer o no comer en el momento, qué hacer o no hacer en el momento, y con el tiempo, esta información interna se ha vuelto más precisa. Esto no quiere decir siempre esté dispuesta a condescender con lo que se me presenta, y precisamente ahí está mi reto.
Definitivamente mi vida no está resuelta, los cambios siguen su curso igual que en cualquier otra persona: el cuerpo se desgasta, la mente pierde agudeza… Pero hay una inteligencia más profunda, que en la tradición yóguica se la denomina budhi, y que es capaz de discernir (viveka) entre lo que la mente nos presenta a partir de emociones y memorias y lo que verdaderamente es. Esta inteligencia no se desgasta, si no más bien es eternamente cultivable, si es que estamos dispuestos.
El punto está en conservar la valentía de recibir con realismo lo que sea que se nos presente, con todo y las emociones que esto produzca (al final de cuentas no somos de palo), para luego examinarlo desde la lupa del discernimiento. Puede esto parecer una tarea ardua, pero de no hacerlo así, la vida perdería riqueza y la vejez, su potencialidad de grandeza.
Autor: Miriam Hamui
Miriam practica yoga desde el 2001 y enseña desde el 2008. También es educadora somática certificada por la escuela de Body Mind Movement. Ella combina sensibilidad y experiencia para guiar a sus alumnos hacia la práctica introspectiva y el movimiento consiente. De su cuerpo nace su escritura, que a su vez, inspira de regreso a su enseñanza. Conoce sus clases, eventos y libros publicados en www.miriamyoga.com




