¿Con qué te enfrentas cuándo practicas yoga? ¿un cuerpo tenso? ¿una respiración agitada? ¿una mente que no cesa? ¿un reto personal? Mucho se despierta cuándo te dispones sobre el tapete pero, ¿estás dispuesto a escuchar? Y más aún, ¿estás dispuesto a dialogar?
Es muy fácil realizar una práctica mecánica, sobre todo cuándo se lleva a cabo en una clase grupal. Podemos disponernos a sólo seguir las instrucciones del maestro, con nuestra atención completamente hacia el exterior. Aún cuándo el maestro nos invita a enfocar la atención en algún proceso interno, lo podemos hacer incitando a la imaginación, mas no realmente empleando nuestra investigación personal.
Esta tendencia es común, ya que “tapa” lo que internamente esta desesperado por manifestarse. Por ejemplo, puede existir en mi cuerpo la memoria de una lesión antigua y esta puede subir a la superficie para indicarme que no es conveniente excederme en la profundidad de una postura, o que simplemente la postura no es apta para practicarse en ese momento. Sin embargo, el atender este llamado puede hacer que me vea incapaz o inútil ante el maestro y el grupo y entonces opto por no escuchar, no negociar y sólo “seguir instrucciones”, pensando que el maestro “debe saber mejor que yo…” Es una forma de depositar la responsabilidad de nuestra práctica en algo o alguien externo, como tendemos a hacerlo con muchos otros aspectos de nuestra vida.
Todos hemos caído en el pecado. Al fin y al cabo, tenemos ego, pero precisamente estamos en este Mundo para darnos cuenta de nuestras flaquezas para mejorarnos, ¿o no es así?
El Yoga, abordado con el más amplio sentido de responsabilidad, es un maestro estupendo para el refinamiento de nuestra relación con nosotros mismos; es un incitador al diálogo interno por excelencia; eso, si nos lo permitimos.
Patanjali, en su Yoga Sutra, establece que la práctica debe siempre contener dos elementos esenciales: abhyasa (esfuerzo justo) y vayragiam (desapego a los resultados). A mi parecer, es un concepto que asiste al practicante a sostener un diálogo continuo consigo mismo y sin desvío. Son parámetros que nos mantienen fluyendo dentro de un cause neutro, lejos de los extremos de la laxitud o de la obsesión. El diálogo interno siempre nos enseñará ecuanimidad.
Finalmente, la práctica del Yoga, desde tiempos remotos, siempre ha poseído una intensión formativa, ya que sólo así el practicante se acerca al objetivo primero y último: la auto realización. Si no fuera así, entonces no se le podría llamar “Yoga”, si no meramente, ejercicios.
Claro está que este proceso de diálogo se torna infinito una vez que la persona asume la responsabilidad cabal de su propia práctica: una nueva realización, siempre incita a otra más, y así para el resto de la vida. Es así como la práctica se concibe auto motivante, de manera que al practicante no le queda de otra mas que seguir los llamados de su interior, al punto en que se borra la fina línea que distingue la práctica de la vida misma.
Regresando a la pregunta inicial: ¿Estás dispuesto a escuchar? ¿Estás dispuesto a dialogar? ¿Estás dispuesto a asumir la responsabilidad completa de tu práctica? Yo te invito a que te eches el clavado…
Autor: Miriam Hamui
Miriam practica yoga desde el 2001 y enseña desde el 2008. También es educadora somática certificada por la escuela de Body Mind Movement. Ella combina sensibilidad y experiencia para guiar a sus alumnos hacia la práctica introspectiva y el movimiento consiente. De su cuerpo nace su escritura, que a su vez, inspira de regreso a su enseñanza. Conoce sus clases, eventos y libros publicados en www.miriamyoga.com