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¿Alguna vez te has puesto a observar a la gente mientras camina, espera el camión o realiza cualquier actividad cotidiana? Esto puede resultar muy entretenido, ya que el lenguaje corporal y no verbal que se “lee” nos informa bastante acerca del estado físico, mental y emocional de la persona, además de que podría arrojar pistas acerca de la historia de su vida. Aunque se puede caer en la especulación con este tipo de observación, es un hecho que nuestro cuerpo, desde la forma en que se posiciona y mueve, constantemente comunica hacia el exterior.

De la misma manera, lo contrario sucede: la persona modifica conscientemente su cuerpo para evocar cierta intensión. El ejemplo más claro de esto sería el cortejo: las posturas que adoptan hombres y mujeres para atraerse entre sí.

¿Pero qué pasa cuándo el cuerpo requiere de cierta neutralidad mental y emocional? Este sería el caso del Yoga. El objetivo principal de esta disciplina es desacelerar el movimiento mental para que pueda revelarse la verdadera esencia de las cosas y de la persona misma. Para llevarse a cabo, el Yoga no se queda simplemente en una aserción intelectual, sino que se sirve del cuerpo para crear las condiciones para tal estado.

Una de tantas prácticas que el Yoga propone para este fin son las posturas (asana). Patanjali, padre del Yoga Clásico, propone el uso de las posturas (asana) exclusivamente para facilitar la meditación.  En el aforismo II.46 de su tratado célebre, Los Yoga Sutras, Patanjali establece que la postura debe ser estable (sthira) y confortable (sukha).[1]

Bajo esta luz, resulta interesante analizar cómo nos expresamos con nuestras posturas, ya sea dentro de la práctica o en la vida cotidiana. Si la práctica apunta hacia un estado mental y emocional neutro, entonces buscaríamos en ellas una situación dónde: 1) nuestro cuerpo no esté sujeto a nuestra condición emocional, cómo lo observaríamos en la gente de la calle en su cotidianidad, y 2) no estemos deliberadamente provocando una forma en respuesta a un deseo u objetivo, como en el ejemplo del cortejo.  Se trata de un balance entre “no hacer” y “hacer”, que se traduce en “sólo ser”.

Pero, ¿cómo llevarlo a cabo? Patanjali lo expresa con gran sabiduría en su siguiente aforismo (II.47). Aquí la traducción:

(La postura es acompañada) por la relajación de tensión y la coincidencia con el infinito (espacio – conciencia).

Este aforismo se refiere a la sensación de que el cuerpo “se suelta” y a la vez se expande, muy relacionado con lo que sucede en un estado de profunda relajación, dónde el cuerpo se siente cómo si se funde con el espacio infinito que le rodea.[2]

Aquí la relajación del cuerpo es clave y es a través de ella dónde la práctica de posturas deja de ser una hazaña meramente física para fundirse con el aspecto psicológico e incluso psíquico en nosotros. La relajación es la que permite que el cuerpo se asiente (sthira) y se acomode (sukha), para dar lugar a que la mente, poco a poco, adopte el mismo estado.

[1] Feurestein, Georg, The Yoga Sutras of Patanjali.

[2] Ibidem.

Miriam Hamui

Autor: Miriam Hamui

Miriam practica yoga desde el 2001 y enseña desde el 2008. También es educadora somática certificada por la escuela de Body Mind Movement. Ella combina sensibilidad y experiencia para guiar a sus alumnos hacia la práctica introspectiva y el movimiento consiente. De su cuerpo nace su escritura, que a su vez, inspira de regreso a su enseñanza. Conoce sus clases, eventos y libros publicados en www.miriamyoga.com

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